Hay fechas que puedes olvidar sin mayor problema, pero, mi amigo, hay otras que no debes olvidar de ningunísima manera, por tu propio bien, por tu integridad física, y en casos extremos, dependiendo del carácter de tu señora, por tu propia supervivencia. Me refiero a la fecha del aniversario matrimonial. Hasta del día en que naciste te puedes olvidar, que en realidad solamente te importa a ti y a tu mamita, pero jamás te olvides de la magna celebración martirmonial. En mi caso, el 16 de Noviembre es una fecha sagrada, más importante que la del aniversario patrio, ya que ese día, mi señora y yo celebramos un año más de yugo martirmonial ¡Yupi!
La ceremonia de nuestra boda fue tan linda, tan elegante. Según ella, dizque cuando la recibí en el altar yo temblaba como perro chino, aunque, de acuerdo a mi versión, yo estaba más sereno que canadiense en domingo. Todo salió bien. Claro, yo cometí un pequeñísimo error, imperceptible para los espectadores, pero que mi señora, con esa memoria tan fabulosa y especial tan única del sexo femenino, tiene a bien refregarme en público, en momentos claves. Resulta que el cura me presentó el aro matrimonial para que yo se lo pusiera a ella en el dedo. Por la forma como me lo presentó, yo creí que el cura quería ponerme a mí el aro, y como jamás me había casado antes, pensé “seguramente así será, me lo estará probando”, así que le extendí el dedo anular, en vez de la palma de la mano. El error se arregló rápidamente gracias a un codazo de mi ya casi señora, aplicado en coordinación con una sonrisa y una explicación del cura. Aparte de eso, todo marchó sobre ruedas. Claro, la autopista del matrimonio tiene sus baches, sus curvas cerradas, sus frenadas intempestivas, sus rocas en el camino y a veces sus llantas bajas, ¡quién no lo sabe!, pero por lo menos seguimos los dos en el mismo automóvil. Ya que en nuestro matrimonio hemos sobrevivido un terremoto, dos gobiernos militares, dos cesáreas, una hija, un hijo, Canadá, vivir con mi suegra, vivir con mi mamá, vivir con las dos a la vez, el gobierno de Brian Mulroney, los hermanos de Toledo, el paso de los años y, después de todo esto, todavía seguimos juntos, creo que me puedo permitir, modestamente, dar algunos consejos a los hombres que quieran hacer durar su matrimonio. A las damas y damiselas no les digo nada, porque ellas se las saben todas y no necesitan consejos de nadie, menos de un varón común y corriente como yo. Así que para mis lectores hombres, casados ya, o para esos locos que no escarmientan y que están pensando en casarse, aquí les entrego estos consejos. CONSEJO 1: Tu esposa siempre tiene la razón. CONSEJO 2: Si no te pudiste casar con una huerfanita, convéncete a ti mismo de que la brujería es una ciencia. De esa manera, cada vez que veas a tu suegra, la verás como a una científica de renombre y no como quien realmente es ella: la bruja Hermelinda. CONSEJO 3: Nunca engañes a tu mujer con otra. O peor aún, con otro, que para eso sí que no hay consejo en el mundo que te salve. CONSEJO 4: Si te ves obligado por las circunstancias a no poder seguir fielmente el consejo número 3, no lo admitas nunca jamás, sobre todo si hay cuchillos de cocina cerca al lugar de la conversación. Acuérdate del famoso caso de la Lorena Bobitt, que para asustarnos a nosotros aún más, encima de todo, es latina. CONSEJO 5: Cualquier cosa que diga tu señora, por lo que más quieras, préstale atención, así no te parezca importante, que no hay nada que más reviente al sexo femenino que creer que uno no está escuchando lo que dicen. CONSEJO 6: Mantén una distancia equivalente a la de un cuadrante del meridiano terrestre con tus cuñados, que lo único que quieren es aprovecharse de tu buen corazón. CONSEJO 7: Entiende lo que el acto de comprar significa para el género femenino. Para nosotros "macho men" que somos, comprar es algo necesario que se debe ejecutar rápida, directamente, en el mínimo tiempo necesario y con precisión militar. Para la mujer en cambio, comprar es un arte, una técnica compleja, parte de la felicidad de la existencia humana. Para ellas, comprar es parecido a lo que jugar un partido de fútbol es para los hombres. Cuando la mujer no encuentra lo que busca es como cuando el jugador pierde el partido. Si ella encuentra lo buscado, pero tiene que pagar un precio normal, es como cuando uno empata un partido. Y cuando ella descubre una rebaja que nadie, pero nadie más sabe y se ahorra aunque sea dos dólares cincuenta, es equivalente a que cuando con un gol nuestro en el minuto 89, hacemos que nuestro equipo gane el partido, y de pasada el campeonato de la liga. CONSEJO 8: No te pongas celoso por las puras albóndigas, ni te sulfures si a tu mujer le gusta con locura y empieza a dar pataditas en el suelo cada vez que ve a Tom Cruise, a Brad Pitt, o escucha cantar a Alejandro Fernández. Más bien preocúpate si ella le hace ojitos al carnicero o a algún compañero de trabajo. ¡Esos son los peligrosos! CONSEJO 9: Acepta el hecho que ejercitar la igualdad de los sexos es prerrogativa femenina. En decidir cuál canal de televisión ver los dos tienen la misma voz y voto, pero si se trata de cargar las bolsas del mercado, o de terminar el maldito “basement”, se acabó la igualdad así que comienza nomás. CONSEJO 10: La primera vez que estando tú con la lanza en ristre, ella te diga que le duele la cabeza, no digas lisuras, ni golpees a puñetazos la mesita de noche, ni tampoco te la agarres a golpes con la pobre almohada que no es su culpa. Tráele calladito un par de aspirinas y date una duchita fría con cualquier pretexto. Acuérdate de mí: un día, tarde o temprano, tú vas a ser el del dolor de cabeza. Si no puedes acordarte de todos estos consejos, basta con que cumplas el consejo número 1. Si los sigues todos y tu esposa colabora, te garantizo mínimo unos treinta años de martirmonio. Lo que venga después ya va por tu cuenta.
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Este verano, vino de visita un amigo latinoamericano, a quien, para preservar en el anonimato, voy a llamar Johnny Canuvian. Johnny visitaba nuestra ciudad por primera vez y me temo que también por última. Quisiera compartir con ustedes algunas de sus observaciones, a las que él graciosamente llamó "Los mandamientos del Torontoniano".
Primero: NO CAMINARÁS POR LA IZQUIERDA Por calles y "moles" (malls) la gente camina guardando su derecha, como si fueran automóviles. Este orden permite que los peatones circulen sin tropezarse o siquiera tocarse los unos a los otros. Una extensión de este mandamiento se observa en las escaleras mecánicas, donde los torontonianos, si van a subir sin moverse, se paran a la derecha. Solamente aquellos que suben las escaleras avanzando, lo hacen por la izquierda. Algunos que no saben este mandamiento causan interrupciones de tráfico de escalera mecánica al quedarse paradotes a la izquierda mientras los que vienen atrás de ellos no pueden avanzar rápido. Segundo: NO TOCARÁS A TU PROJIMO Basta subir a un tren del subterráneo o a un ómnibus para darse cuenta de los esfuerzos sobrehumanos de los torontonianos para no tocar, y si es posible, ni siquiera rozar a nadie. Aparentemente cada persona al llegar al Mundo, recibe su "espacio personal" si es que le toca el Dios de los Gringos. El Dios de los Latinos no sabe de este concepto, así que a nosotros nos toca un gran "espacio comunal" compartido por tutilimundi. En Toronto, nadie se nos puede acercar mucho sin invadir nuestro espacio personal. Obsérvese que en grupos de latinos, cuando alguien llega a una reunión, hay una cantidad impresionante de besos, abrazos, palmadas en la espalda y a veces en otras partes del cuerpo. Cuando lo mismo ocurre entre torontonianos, la civilidad y el Segundo Mandamiento entran en vigor, obligando a la gente a darse la mano nomás. Tercero: NO TOMARÁS DESPUÉS DE LA DOS Este mandamiento si me revienta -nos dice Johnny Canuvian levantando las cejas muy frustrado- ya que en mi país, donde se supone hay menos libertad, es más represivo que el Canadá, uno puede tomar en sitios donde sirven licor hasta que cierran el local, lo cual ocurre más o menos al mismo tiempo que los gallos cantan pues. En cambio acá empiezan desde cinco pa' las dos con esto del "last call", el último aviso, para que uno se pida su último traguito de la noche. Increíble este mandamiento para mí - me dice Johnny mirándome con compasión como diciendo "?cómo te has resignado a vivir acá, pues hombre?" Cuarto: NO HABLARÁS EN VOZ ALTA La gente anda como medio reprimida -observa el buen Johnny- ya que en los varios restaurantes que he estado, pese a que se encontraban repletos, lo mismo en la TTC, en los cines, en los teatros, todo el mundo habla despacito. Si alguien habla fuerte, fijo que es latino. O chino. El resto de la ciudad anda en un permanente susurro, a tal grado que si uno habla fuerte, o se ríe mucho, voltean todos a mirarte desaprobadoramente. Quinto: NO TOCARÁS EL CLAXON EN VANO Yo creo que acá a los carros les cortan las cuerdas vocales, ya que en un mes no he oído un solo claxon. Nosotros, frustrados por el mal manejo de otros, por los peatones que tratan de cruzar delante de uno, lo tocamos por quítame estas pajas. Más bien he observado que cuando alguien está molesto, en vez de bocinazo, levanta el dedo mediano hacia arriba y se lo enseña al infractor. Me voy de Toronto sin entender este mudo gesto, aunque pareciera ser algún tipo de insulto. Sexto: NO TE DIVERTIRÁS DEMASIADO En aras de la seguridad y el control, esta ciudad anda en un estado de seriedad permanente. El colmo -sigue Johnny Canuvian accionando exageradamente con las manos- fue cuando fuímos a esa laguna que me llevaste, esa que ustedes con tanto sentido del humor llaman "la playa". El salvavidas no dejaba que los chicos entraran corriendo al agua para que no salpicaran a nadie y no podían jugar ningún tipo de deporte que incluyera una pelota, para no fastidiar a los otros bañistas. Incluso hasta me parece que el salvavidas les llamó la atención a unos chicos que se estaban ríendo muy fuerte en el agua. Sétimo: NO FUMARÁS Casi me clavan dos mil dólares de multa y un año de cárcel cuando prendí un cigarrito en una agencia de un Banco. Menos mal que le pude explicar en mi inglés mascado, al guardia de seguridad que "Ai don nou. Ai not from jier. Ai from Saud América. Mi nou esmoquin nou mor in mai laif. Ai promes, jefecito." Octavo: APRENDERÁS SOBRE EL CLIMA En mi tierra, hablar del clima es mala educación, tan aburrido es el tema. Acá a uno le advierten las cosas más ridículas, como por ejemplo "En invierno no vayas a poner la lengua en un poste, ya que se te puede quedar pegada". Bueno -ríe Johnny Canuvian estruendosamente - a quien se le va acurrir ir pegando las lenguas en los postes, en invierno, pues. Todo el mundo sabe que eso solamente se hace en verano. También me dicen que hay "lluvia helada", "lluvia negra", "nieve mojada", "escarcha", "white out", "tormentas de lluvia", "tormentas de truenos", "tormentas de nieve", "granizo", la "mordida helada", "hipotermia", "el salto del tigre". Óyeme hermano, que tal clima el que se soplan ustedes, ?ah? Noveno: NO OPINARÁS SOBRE LAS MINORIAS No se puede decir nada de las minorías, sin ofender. De las mujeres porque todos los hombres somos unos machistas de porquería, de los ancianos por ser viejecitos y frágiles, de los étnicos por sentirse abusados por el resto del mundo, de los oscuros porque son oscuros, de los claros porque son unos desteñidos, de los chinitos porque son jalados, de los niñitos dizque por indefensos, de los profesores por ser misioneros del saber, de los del aeropuerto porque quieren usar su turbante, de las gordas porque también tienen su corazoncito, de los policías porque ellos tienen derecho a sus cuotas y a tomarse unos diez cafecitos con "donats" al día, de los jóvenes por que no los comprende nadie y encima tienen que aguantar a sus padres. En fin, en Toronto, antes de decir algo sobre las minorías, es mejor meditarlo bien, cambiarlo, mejorarlo y luego quedarse callado, que las demandas son millonarias. Décimo: NO TE APURARÁS AL CRUZAR LA PISTA Qué lindo es ser peatón en Toronto! Observo que la gente cuando cruza la pista, ya que tiene la preferencia, lo hace con una displicencia que me da la impresión que a propósito pasan más despacio, como desafiando a los motoristas. En mi tierra estarían ya bien fríos estos peatones. Y ni hablemos del "cross-walk". Fantástico el concepto. Debajo de las equis grandotas esas, uno señala con su dedito por donde va a cruzar y todos los carros paran, incluidos los camiones, los ómnibus, todo el mundo. Por allá ya hubieran encontrado a varios peatones, en pleno "cross-walk", como planchados en la pista con su bracito estirado y su dedito apuntando hacia adelante. Te felicito hermano. Esto sí es civilización. Yo me regreso a vivir en la represión de allá. Y se fue Johnny Canuvian, sonriendo enigmáticamente. Con qué facilidad los hombres nos olvidamos de todo. Ahora ando con los anteojos colgando del pescuezo por todos lados, primera señal que me enrumba hacia la tercera edad, que le dicen. Todo empezó hace dos años cuando le expliqué al oculista que me tenía que andar poniendo y quitando los anteojos, según la distancia de los objetos que quería ver, cosa que jamás me había sucedido antes.
- El ojo tiene un musculito que sirve para enfocar de lejos y de cerca - comenzó explicándome con compasión - Cuando miras de lejos, tu musculito está en una posición. Cuando cambias para ver algo de cerca, el musculito cambia el foco del ojo. Y así sucesivamente. - ¿Sí...? ¿Y? -pregunto, aunque ya sé cual va a ser la respuesta. - Bueno. Mucho trabaja el musculito este desde que uno nace. Mira uno lejos, el musculito que se estira. Mira uno de cerca, el musculito que se encoge, hasta que tanto estira y encoge, se cansa pues. - O sea lo que usted me quiere decir, doctor, es que me estoy volviendo viejo. - digo mientras él se sonríe. Entre el musculito que ya no me funciona bien y la memoria que me hace olvidar donde he puesto los anteojos, qué remedio sino tener que usar los colgadores estos. A veces, estando en mi cuarto, decido ir abajo a traer, por decir algo, el periódico que está en la sala. Al minuto me encuentro en medio de la escalera pensando "¿Y yo? ¿Para qué es que me estoy yendo ahorita abajo?" Disminuyo la velocidad tratando de acordarme y nada. "¿Estaré bajando para tomarme un café?", me pregunto perplejo dirigiéndome a la cocina. "No. No puede ser. Si me acabo de tomar uno hace solo veinte minutos. “¡Aaaaaaah, ya sé! Seguro que estoy yendo a buscar algo en el basement. Pero ¿quééé?" Para esto mi esposa se encuentra en la sala, precisamente leyendo el periódico, motivo de mi patética bajada al primer piso. - ¿Buscas algo, amorcito? - me dice, sin dejar de leer el diario. Yo no voy a admitir, ni de a balas, que no sé que hago en el pasadizo, sin saber si entrar a la cocina, si irme a la calle, o bajar al basement, así que adopto un falso aire de confianza en mí mismo, entrando resueltamente a la sala -mi cerebro trabajando a mil kilómetros por hora- buscando una excusa para encontrarme con esa cara de signo de interrogación. Lo primero con lo que tropiezan mis ojos es el periódico que ella está hojeando. - Sí. Justamente estaba buscando el periódico. Necesito los deportes y la sección internacional. - digo con fingida certeza. - Okay. Ahorita termino. Cuando voy arriba, periódico en mano, recién recuerdo que -oh suerte de suertes- efectivamente para eso es que había bajado en primer lugar. También me pasa que alguien me saluda y yo medio que contesto, en la duda de si será alguien que he conocido en una fiesta, si es un compañero de trabajo o, de repente, se trata del zapatero libanés del mall. - Tú solo te acuerdas de lo que te conviene - me ha dicho con mirada científica mi señora, quien, como todas las mujeres, tiene una memoria increíblemente exacta de dónde se encuentra absolutamente todo, pero en serio que todo, lo que hay en la casa. - Mami, ¿dónde está mi pantalón de deportes azul? - Ahí en tu cuarto, en el último cajón del comodín, debajo de la camiseta roja con cuadritos. Si fuera perro, te muerde. - contesta sin pensarlo dos veces. - Mami ¿dónde has escondido mis lentes de contacto? - No los he escondido. Fíjate en la tercera repisita del baño de visita, detrás de un frasquito de Brut. Ahí los dejaste la última vez. - los detalles son increíblemente exactos. El asombro ya es rutinario en la casa. - Moza ¿no has visto el libro de Bryce Echenique que estuve leyendo anoche? Estoy seguro que lo dejé en mi mesa de noche. - Bueno, la última vez que lo estuviste leyendo fue en la cocina, así que conociéndote, eres capaz de haberlo dejado adentro del micro-ondas. - lo cual, como a estas alturas te habrás imaginado, es completamente cierto. Encuentro el libro de las Antimemorias de Bryce, a punto de perecer micro-nucleado. Perdón,... ¿de qué estábamos hablando? |